Entrada ya la segunda década del siglo XXI, la falta de trabajo o las condiciones de precariedad e inestabilidad en que éste es ofrecido, siguen constituyendo un grave problema para sostener el desarrollo de las nuevas generaciones en casi todo el planeta. Para enfrentar este desafío, son evidentes los esfuerzos de los gobiernos, los organismos internacionales y muchas otras instituciones sociales para evitar la pérdida de puestos de trabajo y crear nuevos y mejores empleos.
Al mismo tiempo, las condiciones de la economía cambian apoyadas en un desarrollo tecnológico que avanza a velocidad exponencial, liderado por la informática y las telecomunicaciones. A los sectores productivos existentes, basados fundamentalmente en la transformación de materias primas, se suma la incorporación de nuevos sectores cuya producción es valorada particularmente por lo que posee de singular y simbólico.
Esto ha dado lugar a lo que se conoce como Economía Creativa, cuyos productos están basados en el conocimiento y la creatividad [1]. Entre sus principales virtudes está la creación de empleos de calidad, la dinamización de los factores productivos y la posibilidad de consumo global de sus productos. Esas razones están llevando a un consenso cada vez más generalizado sobre los aportes positivos que los sectores creativos pueden realizar para contribuir a la resolución de esa problemática.
El sector cultural es uno de estos (relativamente) nuevos sectores donde se crean, se producen, se distribuyen y se consumen una gran variedad de bienes y servicios. Además de funcionar bajo una lógica de tipo mercantil, el sector cultural desarrolla una importante actividad impulsada y sostenida financieramente por el Estado a través de distintas políticas, y también por la propia sociedad civil que tiene en las expresiones culturales un canal de comunicación que se asume tanto de manera individual como colectiva.
Una tipología del sector cultural muestra tres subsectores diferenciados: las artes, que a su vez se dividen en artes escénicas -el teatro, las danzas y la música, el circo…- y las artes visuales -la pintura, la escultura, las performances… ; el patrimonio cultural, cuyas organizaciones más representativas son los museos y las bibliotecas; y las industrias culturales y creativas que, en síntesis, comprenden el subsector audiovisual donde encontramos el cine, el video y la televisión; el subsector fonográfico, que reúne la reproducción musical en sus distintos soportes y el subsector editorial, donde situamos los libros, las revistas y otros materiales impresos. A estos subsectores llamados “tradicionales” se suman el diseño en sus distintas variantes, incluyendo los productos que circulan por internet, la publicidad y, en otra lógica de producción, las artesanías.
Como se ve, el sector cultural está integrado por un universo variado y complejo que además comprende desde microempresas hasta grandes organizaciones multinacionales, y también organismos públicos locales, regionales, nacionales y supranacionales. En términos cuantitativos, según cifras de la UNESCO, solo el subsector de las industrias culturales y creativas contribuye aproximadamente con el 3,4% del PBI mundial y genera un porcentaje similar de empleo. En nuestro país, según el SinCA (Sistema de Información Cultural de la Argentina) que depende de la Secretaría de Cultura de la Nación, dicha contribución alcanzó en 2012 al 3,78 del PBI y a más del 3% del total de empleos.
Como sucede con los demás sectores productivos, las organizaciones del sector cultural necesitan de recursos humanos especializados para poder funcionar adecuadamente y así alcanzar los objetivos que se proponen. Hay que tener en cuenta que en este sector el empleo adopta formas muy variadas, que van desde el tiempo completo hasta el empleo ocasional, pasando por el trabajo autónomo o por cuenta propia, por proyecto, empresarial, etc.
En las organizaciones públicas tales como museos, teatros y bibliotecas, históricamente, la mayor parte del personal de conducción e incluso de los mandos medios provenía del mundo artístico o de la educación pero, en la actualidad, los desafíos derivados de los nuevos contextos que deben enfrentar – la globalización, las restricciones financieras, las exigencias normativas fiscales y laborales entre otras varias problemáticas- han hecho necesario un cambio de perfil y, como consecuencia, se registra un aumento de la demanda de profesionales para cubrirlos, destacándose entre ellos los provenientes de las ciencias económicas, en particular de la administración.
En el sector privado, el propio crecimiento del sector impulsa la demanda de profesionales especializados. Como señalan distintos informes, es uno de los sectores que, por lo menos hasta el momento, resiste mejor la crisis. Por ejemplo, en el mundo de las pequeñas y medianas empresas culturales, que son la gran mayoría, la necesidad de contar con personas con vocación empresarial y capacidad de gerenciamiento para acompañar el esfuerzo de los creadores resulta evidente.
Otro de los mayores yacimientos de empleo en el sector es el vinculado con la puesta en valor inmobiliario de las ciudades, a partir de la variedad y calidad de las actividades culturales que pueden ofrecer. La transformación ciudadana, en sinergia con el sector del turismo, puede llegar a modificar sustancialmente la economía de una ciudad, como ha sido el caso, por ejemplo, de Bilbao (España) a partir de la instalación del museo Guggenheim.
Por último, el sector cultural es un campo propicio para desarrollar distintos tipos de investigación, tanto para desarrollar nuevos aspectos teóricos, como para realizar estudios dirigidos a explicar las políticas y los problemas particulares del sector (financiamiento, evaluación de proyectos, distribución del ingreso, mercado laboral, impactos económicos, etc.). En ese sentido, la economía de la cultura es a esta altura una subdisciplina por derecho propio, que se enseña en universidades de todo el mundo y produce sus trabajos específicos que se presentan y debaten en congresos internacionales [2].
Una evidencia concreta de la demanda creciente de profesionales especializados que experimenta el sector, es la creación en la última década en distintas universidades argentinas de carreras de grado y posgrado (cursos, especializaciones y maestrías) en gestión cultural. Cabe señalar que esta participación del sistema universitario argentino en la formación de recursos humanos para gestionar organizaciones en el sector cultural, está en sintonía con lo que sucede en la mayoría de los países de América Latina.
En resumen, hoy, al igual que lo decíamos hace ya muchos años, en uno de los primeros eventos organizados por el Observatorio Cultural de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, el sector cultural es un espacio que ofrece múltiples espacios de desarrollo [3] para quienes tengan vocación emprendedora o gerencial, y estén dispuestos a capacitarse para llevarla adelante, cualquiera sea su formación profesional de base.